Lun. Jun 23rd, 2025

«Tiburón»: medio siglo después, sigue mordiendo con fuerza

Casi 50 años después de su estreno, Tiburón sigue siendo tan apasionante como lo fue en 1975. A pesar de haberla visto en numerosas ocasiones desde aquella primera vez, cuando tenía 15 años y quedé hipnotizado, aterrorizado y fascinado por igual, cada revisión me ofrece una nueva perspectiva, un detalle que se me había escapado. Ya no me sobresalto con los sustos más icónicos —la primera víctima, la aparición de la cabeza cercenada de Ben Gardner, o el momento en el que el tiburón se muestra justo antes de que el jefe Brody lo vea—. Ahora, el placer está en redescubrir capas ocultas, matices en las actuaciones de Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss.

Una de esas veces, reparé por primera vez en una escena temprana en la que Brody, tras hablar con el forense y escribir “ATAQUE DE TIBURÓN” como causa probable de muerte de Chrissie, camina por la plaza del pueblo. En ese breve trayecto, la cámara de Bill Butler capta detalles reveladores. Aparecen el inspector médico (interpretado por el verdadero doctor Robert Nevin) y el editor del Amity Gazette, Harry Meadows, encarnado por Carl Gottlieb, uno de los guionistas. Ambos salen de sus respectivos lugares de trabajo para reunirse con el alcalde Larry Vaughn.

El encubrimiento comienza en el ferry

Minutos después, Brody se encuentra en el ferry cuando llega un Cadillac Coupe de Ville del 74 con el rótulo “VAUGHN’S REALTY”. Vaughn intenta disuadir a Brody de cerrar las playas, y no está solo: Meadows minimiza la posibilidad de un tiburón (“nunca hemos tenido ese tipo de problemas en estas aguas”), y el inspector médico apoya la teoría de Vaughn de que Chrissie pudo haber sido mutilada por una hélice. Cuando Brody lo confronta con lo que le dijo por teléfono, el forense simplemente responde: “Estaba equivocado. Tendremos que modificar el informe.”

Se ha debatido mucho sobre los paralelismos entre Tiburón y el escándalo Watergate. La película fue rodada en 1974, poco antes de la dimisión de Nixon, y comparte con ese contexto una atmósfera de paranoia y desconfianza hacia las autoridades. Sin embargo, a diferencia de los periodistas Woodward y Bernstein —convertidos en héroes y retratados en el cine por Redford y Hoffman en Todos los hombres del presidente—, aquí tanto el periodista como el forense forman parte activa del encubrimiento. Cuando la madre del fallecido Alex Kintner ofrece una recompensa de 3.000 dólares por el tiburón que mató a su hijo, Meadows le dice al alcalde: “Es una historia pequeña. La voy a enterrar lo más profundo que pueda.” Más tarde, Vaughn declara ante una entrevista televisiva: “Estoy feliz de anunciar que hemos atrapado y matado a un gran depredador que supuestamente hirió a algunos bañistas…”

«Vampiros»: el filme olvidado de Carpenter que casi fue NC-17

En otro rincón del género, Vampiros de John Carpenter es una obra que mezcla acción sangrienta, tonos de western moderno y un protagonista que deja huella. Jack Crow, interpretado por James Woods, es un cazador de vampiros sin escrúpulos, contratado por la Iglesia, que recorre el país matando a estos seres con estacas, cabos de acero y mucha violencia. Su motivación: vengar la destrucción de su familia.

Crow no es un héroe convencional. A diferencia de personajes como Van Helsing o John Constantine, su comportamiento es abiertamente misógino y violento. Pese a ello, la película no lo cuestiona ni lo condena. De hecho, esta ambigüedad moral es parte del atractivo del filme. Woods logra que su personaje resulte tan carismático como desagradable, lo que da un tono inquietante a la narración.

Entre lo polémico y lo entretenido

Aunque Vampiros dista mucho de ser una obra maestra, sobre todo en comparación con otros títulos de Carpenter como En la boca del miedo o La cosa, es un producto de su época que tiene su encanto. Sus excesos, sus diálogos rudos y la violencia gráfica no lo convierten en cine trascendental, pero sí en un entretenimiento contundente para amantes del terror más visceral.

Dos estilos, un mismo impacto

Mientras que Tiburón es una crítica sutil a la política del encubrimiento y la negación institucional, Vampiros juega con el espectáculo visual y el exceso narrativo. Ambas películas, separadas por décadas y estilos, siguen generando conversación: una por su maestría cinematográfica y su lectura política; la otra, por su desparpajo y su capacidad de provocar sin filtros.